Son las 7:56, llego puntual con el autobús a la parada del chaval de la funda de guitarra. Sube siempre cargado de libros, y con su funda, que a duras penas mantiene rígida y erguida. Desde que nos pusieron la máquina expendedora de billetes que ya nadie me habla o me mira, a excepción del chaval. Se resiste a dejar de dedicarme un gesto lánguido a modo de saludo, que ambos entendemos como suficiente. Parece muy tímido y tiene cara de llamarse Matías. Me gusta imaginar sus nombres o sus vidas. Dos paradas después, como cada día, sube ella, son las 8:03. Quizás se llame Lucía, y probablemente sean compañeros de Instituto y él haya escrito para ella cientos de canciones. En la misma parada sube un grupo de chavales, son unos gamberros y siempre la increpan. Alguna vez me he atrevido a decirles algo, a recriminarles su actitud, pero después de escuchar un tú, viejo inútil y fracasado, cállate, aprieto con fuerza el embrague y me encojo en mi butaca con amortiguadores. Los gamberros si
Todo empezó en un semáforo. No soy rubia, no tengo un descapotable pero hago las croquetas como las de mi madre. Me gusta escribir. Reírnos de nosotros mismos nos mantiene locos en un mundo de cuerdos.