Mi piso y el de mi madre comunican por el patio de luces. Están conectados por unas poleas por las que circulaba un cesto que a veces llevaba comida y otras, medicamentos. Mi madre murió y quien vive ahí desde entonces es mi hermana. « Vete a la mierda » , eso fue lo último que me dijo. « Vete tú » , contesté como una cría de quince años. Era el día de la comunión de mi hijo pequeño, el 4 de mayo del año de Naranjito. Ya ni recuerdo el motivo. Pero sí que frente a un altar mi hermana y yo nos mandamos mutuamente a la mierda. El cesto sigue intacto, en su polea, balanceándose al compás del viento, soportando la lluvia y el sol, ignorante, feliz. Desde que el mundo se ha parado por el coronavirus, y nos encerramos en casa, pienso más en mi madre, pero también en ella. Sé que enviudó, que sus hijos se marcharon y que se quedó sola, como yo. Aunque de eso ya hace mucho tiempo. Pocos en el barrio saben que somos hermanas, todo ha cambiado y ya nadie habla de nosotras. Mi ...
Todo empezó en un semáforo. No soy rubia, no tengo un descapotable pero hago las croquetas como las de mi madre. Me gusta escribir. Reírnos de nosotros mismos nos mantiene locos en un mundo de cuerdos.