Vamos a tener que aplazar un año más nuestro viaje a Escocia
en autocaravana, sentenció mamá mientras desayunábamos en la cocina. Removía su
café con la mirada perdida. Era la tercera vez que le echaba azúcar, a pesar de
que siempre se lo tomaba sin. Papá –que había llegado hacía poco de su turno de
noche como celador en el hospital–, se había quitado toda la ropa y lavado
antes de sentarse con nosotros. Desde hacía unos meses, a causa de la pandemia,
nuestra vida olía a lejía. Me levanté bruscamente y de una patada estampé la
silla contra la nevera. Los odiaba con todas mis fuerzas.
Desde mi habitación los escuché discutir con el tono
demasiado elevado, como era habitual últimamente. Pipo, nuestro perro, rascó
con sus garras mi puerta y lo dejé pasar. Puse la música a todo volumen, nos
acurrucamos en la cama y me quedé dormido.
¡Prepara la maleta, nos vamos! Papá había abierto la puerta
de mi habitación sin llamar, pero con una enorme sonrisa. Mamá tarareaba su
canción preferida y se había puesto el vestido de lunares. Aquel de la foto de
las últimas vacaciones, junto al acantilado, donde decidimos ahorrar para
Escocia. Bajamos al aparcamiento. Parecían nerviosos, enamorados y
rejuvenecidos. Al llegar al coche mamá dijo que conducía ella, a pesar de no
tener carné. Nos acomodamos cada uno en su asiento. Introdujo la llave en el
contacto y sin girarla emitió ese ruidito que yo hacía de pequeño –brom brom–,
cuando papá paraba en la gasolinera y yo imitaba a un taxista con mamá de
clienta. ¿A dónde señora? Y ella, con pose siempre elegante, contestaba que al
Ritz por favor.
En la guantera improvisamos una pequeña despensa y papá me
ofreció una cerveza, increíblemente fresca. Yo bajé la parte del asiento
trasero que comunicaba con el maletero y Pipo se estiró todo lo largo que era.
Mamá sintonizó su emisora preferida y cantaba desafinada, se inventaba la letra,
pero sonaba mejor que el tintineo de la cucharilla en su café de la mañana. Me
puse los cascos y cerré los ojos.
Mira Nico, ¡las estrellas! Aquí se ven todas, qué maravilla.
Me dijeron mientras asomaban la cabeza por la ventanilla. Les contesté que me
dejaran dormir, que no nos habíamos movido, seguíamos en el aparcamiento.
Definitivamente estaban locos. Me
miraron y sonriendo me pidieron que volviera a echar un vistazo. Les hice caso
y ahora, con el fluorescente ya fundido, me pareció ver la Osa Mayor.
La siguiente parada fue el pueblo. Yo de pequeño ayudando al
abuelo en el huerto y este Seat Ibiza, que ya en su momento compraron de
segunda mano. Los nervios del primer entreno de fútbol, esperando a ser elegido
para el equipo titular. La profesora de inglés y su escote. Marta dándome la
mano paseando camino de casa. Pero el abuelo murió más solo que la una por este
puto virus. Resulté ser un futbolista de mierda y Marta se enrolló con el
payaso de Víctor. Y mi padre también sabía del escote de la de inglés. De nuevo
me quedé dormido, a pesar de los ladridos de Pipo. Qué nombre tan absurdo para
un perro que ya no es de un niño.
De repente el techo del aparcamiento –a pesar de los
bajantes, el color gris y las vigas–, parecía el paisaje de una carretera
secundaria. Me sentía adormecido. Me llegaban voces que gritaban mi nombre.
¡Nico despierta! ¿Nos oyes? Y unas palmadas en mis mejillas. La camilla iba a
toda velocidad.
Vaya viaje te has pegado chaval, por poco no lo cuentas. Me
soltó el enfermero cuando desperté. Papá y mamá estaban en el quicio de la puerta,
esperando para entrar en la habitación. Bajo la mascarilla escondían la mueca
de dolor y rabia por lo que creían un fracaso. Finalmente les pedí que, cuando
todo esto pasara, alquiláramos la autocaravana y nos fuéramos a la Costa Brava.
Que Escocia es una mierda con tanto frío y que, realmente, para hablar y ver la
Osa Mayor no hacía falta viajar lejos.
Papá y mamá se cogieron de la mano, o eso me pareció.
Relato presentado al concurso de Zenda Libros e Iberdrola #Historiasdeviajes
Qué dura la vida con olor a lejía, ojalá pronto recuperemos la otra.
ResponderEliminarGran relato Bea, suerte con él!
Muchas gracias Yolanda. Cierto, está siendo muy duro y los adolescentes, junto con los niños, los grandes olvidados. Te deseo la mayor de las suertes también para ti. Un besazo!
EliminarMe encanta leerte !!👏🏽👏🏽👏🏽 Que tengas suerte 🍀🍀🍀
ResponderEliminarMuchas gracias Lola, me alegra saber que te ha gustado. Un besazo enorme y gracias también por la suerte que me envías :-)
EliminarYo también voy. Contigo.
ResponderEliminarYa tengo la maleta hecha, un besazo preciosa :-)
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