He inventado diferentes profesiones para él, porque me avergüenza
decirle a qué me dedico en realidad, sé que no debería. Es un chaval muy maduro
para su edad, pero creo que lo etiquetarían en la escuela y eso, añadido a su
timidez, no le ayudaría. Me pasó algo parecido con su madre. Era la chica más guapa
de toda la fiesta. Llevaba un vestido blanco que resaltaba su figura y yo... Perdí
la noción del aquí y el ahora y mis manos se convirtieron en mantequilla,
escurriéndose mi copa en su inmaculado vestido, quedando ante ella como un
auténtico payaso.
– Lo siento, déjame invitarte para compensar este estropicio
–le insistí.
– No te preocupes, mis padres tienen una tintorería y no va
a ser ningún problema sacar esta mancha –sonrió.
Seguimos el uno al lado del otro y ya no nos separamos en
toda la fiesta.
– ¿A qué te dedicas? –me preguntó.
–Bueno, soy el que
escribe los créditos de las películas cuando llegan a su fin –esa fue mi
respuesta.
Ahí empezó nuestra historia. No dejé que viniera a recogerme
a la salida del trabajo, ni le presenté a ningún compañero, no hasta que pasó
un tiempo. El prudencial para creer que no me iba a dejar.
– ¿Pero habrás conocido a algún famoso? –su curiosidad no
tenía límites.
– A alguno sí, pero ya han muerto.
Llegó el momento de decirle la verdad. Había sido una estupidez tratarla así este tiempo, pero fue por
mi miedo y lo entendió.
Estos días, con la pandemia, mi jornada laboral se ha
triplicado. La suerte es que ella puede trabajar desde casa. Se ocupa de sus
alumnos con las clases virtuales y atendiendo los e-mails. Pero también de que
Marcos siga su rutina dentro del confinamiento. Estos días, una vez adaptados a
la situación, se han relajado y se han dado la oportunidad de conocerse sin
prisas. Se sientan en el sofá con la manta y leen juntos un cuento, o montan
una cabaña con sábanas y luces de colores, como las de Navidad. No hay prisas,
no hay gritos, no hay enfados. Yo me sumo a sus actividades siempre que puedo.
En la puerta dejo las lágrimas por los solitarios féretros, ¡uno no es de
piedra joder! Y en el cuarto de baño lavo mis manos para borrar cualquier
rastro de tierra.
Hoy han montado un circo, Marcos dice que es un adivino,
¡hasta se ha puesto un turbante en su cabeza! Y me ha dicho que puede leer el
destino en las manos de las personas. Nos sentamos los tres en el suelo, con
las piernas cruzadas. Marcos toma mis manos, no sin antes hacer una especie de
ritual, y muy solemne, empieza su actuación.
– Veo que tienes un hijo muy bueno al que deberías dejar
jugar un poco más con la tablet.
– Marcos…
El pitido del horno nos saca de la escena, la pizza está
preparada. Marcos está especialmente hablador, hoy ha hecho su primera videollamada
y está emocionado.
La pandemia, y este confinamiento, nos han roto toda nuestra
rutina, pero no la de nuestras noches. En las que Marcos espera que le explique
un cuento. A veces soy un astronauta que va directo en su nave a descubrir
nuevos mundos. Otras, un pirata que surca los mares en busca de su preciado
tesoro. Hoy le he dicho que soy un científico que, encerrado en su laboratorio,
descubre la vacuna para este virus. Bosteza. Está cansando. Le beso. Cuando ya
estoy en la puerta me dice que está orgulloso de mí. Me dice también que hoy en la videollamada Carlitos,
que dicho sea de paso es un gilipollas, le ha reprochado que yo sea un enterrador
de muertos, no como su padre que salva vidas. Enmudezco, trago saliva y me
dispongo a replicar pero no me deja. Sella mis labios diciéndome que él ya lo
ha puesto en su sitio, al gilipollas de Carlitos, y le ha contestado que yo soy
el que escribe los créditos cuando la película llega a su fin. Y todos en esta
vida vamos a morir y que ya quisiera él y su padre tener la suerte de que yo me
tropezara en su camino. Eso les había dicho, y que después les ha colgado
porque prefería hacer magdalenas con mamá. Y que además no sabían a qué se
refería con lo de los créditos de las películas… ¡y eso es de ser gilipollas!
– ¿Y a ti quién te ha explicado todo eso?
– Nadie papá, recuerda que soy adivino.
– Vale adivino, pero mañana media hora menos de tablet,
sabes que no está bien decir palabrotas, por muy gilipollas que sean Carlitos y
su padre.
– Ala, papá… –reímos.
– Que tengas dulces sueños, Marcos.
Y apago la luz.
Relato presentado al concurso de Zenda Libros, ¡Nuestros Héroes!
#NuestrosHéroes
Qué requetebonito!
ResponderEliminarGracias Margarita, un orgullo saber que te ha gustado. Abrazos virtuales.
EliminarEs precioso tu relato Beatriz. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Muchas gracias Nani, me alegro que te haya gustado. Besazos para ti también.
Eliminar