Ir al contenido principal

Vacaciones de interior

 

La España vacía la encuentras en cuanto sales de cualquier gran urbe. Kilómetros de soledad y carreteras que ya no sirven para llegar sino para encontrar. Desde donde estoy puedo observar a Genaro en el camino con sus ovejas; me parece un buen nombre para un pastor. Anima a Teresa, con la que se cruza, para que acelere el paso y llegue a tiempo a la escuela; ha de caminar varios kilómetros a diario. Genaro también saluda a la hermana mayor de Teresa, María. Se llama así por la abuela materna y está sentada en su puerta pelando patatas. Tiene esa edad en la que lo que no ha aprendido en la escuela lo debe acabar de descubrir por sí misma. María espera a Genaro y su hijo –que seguro se llama como su padre–. Y los dos cruzarán sus miradas. Cuando el sol se esconda, y todos duerman, se verán en el establo. En noches de luna llena estudian sus rostros; cuando no, descubren sus bocas. Llegará el día de la deshonra con un vestido ceñido y un sermón sobre la decencia. Pero a Genaro hijo y a María no les importará, porque al fin podrán estar juntos y tener su propio hogar: pelar sus patatas y cuidar de sus ovejas. Ser Genaro y María, a secas. Teresa lo sabe todo y ha escrito un diario. Se lo entrega a María –que casi olvidó leer–, antes de partir por el camino de las ovejas, con destino a cualquier otro lugar más allá del monte. Aunque no sabe muy bien a dónde. Y sin mirar atrás escucha el grito del pastor a sus ovejas y siente el olor a leche cruda que fermenta. El llanto de un niño consigue que su partida no rebaje esa población cada vez más diezmada: una que marcha, otro que llega. Y aquí, en el camino, saludo con la mano a Teresa y le deseo suerte; no le digo, en cambio, que de dónde ella huyó –anhelando saber quién era–, yo fui para encontrarme.


 Relato presentado al Concurso de historias rurales de Zenda Libros, patrocinado por Iberdrola.

#historiasrurales

(Fotografía de Beatriz Díaz)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Reflejo natural

  La madre, al ver su rostro, enfureció. Rompió todos los espejos del hospital y no dejó que nadie se acercara al bebé, evitando así que fuera fotografiado. Vendió el piso de Madrid y se fueron a vivir a un pueblo abandonado de Soria. El niño creció ajeno a todo y ella no hubo verano en el que no se arrepintiera de su desliz. Creía que estaban a salvo hasta que una mañana vio a Narciso acercarse por el sendero. En el momento en el que padre e hijo se vieron, cayeron perdidamente enamorados el uno del otro.   (detalle del cuadro ‘Eco y Narciso, de John William Waterhouse) Relato finalista de la IX edición de Relatos con Banda Sonora de La Ventana (cadena SER) y Escuela de Escritores. Banda sonora: Narciso , de Pipiolas  

Dentro del armario

       Cuando aquel agosto decidí limpiar el armario encontré a nuestra hija. Hacía tiempo que no sabíamos nada de ella, un día discutimos y se marchó de casa, o eso creímos. Recuperar la confianza nos iba a llevar un tiempo, por eso la dejamos ahí adentro. Cada mañana poníamos una bandeja en el suelo con comida y bebida. Y si necesitaba algo nos escribía una nota. Ha pasado un tiempo desde aquello y aún sigue ahí. Estas Navidades cenamos todos juntos dentro del armario, aunque hay algo que me preocupa y es que espero no manchar nada con las gambas.  (la imagen es de Google) Microrrelato finalista en la VIII edición de Relatos con Banda Sonora, organizado por la Cadena SER y la Escuela de Escritores.

Consecuencias de vivir en un ático

  Dejó la puerta de la jaula abierta esperando que escapara. Huye, huye y sé libre, tú que puedes, le decía. Pero el maldito pájaro únicamente se limitaba a canturrear como respuesta. Ese pio pio que se le metía en la cabeza y no le dejaba pensar en nada. Hacía ya una semana que Elisa se había marchado y la casa parecía una pocilga. No porque ella fuera una hacendosa ama de casa, más bien al contrario. Era él el que se ocupaba de comprar, limpiar y cuidar de los niños. Pero ya no había ni rastro de Elisa ni de sus hijos. Se fue a dormir dejando la jaula en el balcón. A pesar de ser invierno creyó que cuando notara, oliera la libertad, entonces sí que volaría. Debería ser aún temprano cuando el pio pio le despertó. Había olvidado cerrar la puerta del balcón, pero ya ni sentía ni padecía y el frío se le antojaba un buen compañero; tampoco había bajado las persianas y un tímido sol iluminaba la estancia. Maldito pájaro, pensó. Su desayuno había pasado a consistir en una cerveza ...