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El día en el que no conocí a Richard Gere


Mi amiga Mónica me llamó, supe al instante, por su voz y sus ganas de salir, que las cosas con Óscar habían mejorado, pero no le quise preguntar. Me dijo que podríamos ir a donde yo quisiera, que ella invitaba, así que me acordé de un lugar que un compañero de trabajo me recomendó. Eso sí, ella invitaba, yo conducía.

El sitio realmente era espectacular, un aparcacoches uniformado nos indicó que él se encargaba, Mónica me miró con cara asustada y me recordó que ella invitaba a la copa, lo del coche era asunto mío. Sonreí y pensé que quizá el servicio de aparcacoches estaría incluido en el precio de la copa. Estábamos en pleno puerto olímpico de Barcelona, a pesar de ser sábado por la mañana no había mucha gente en el lugar. Disponía de una gran terraza sobre el propio mar y la brisa marina se me antojaba apetecible, así que desistimos la idea de sentarnos dentro, a pesar de ser ya octubre el calor se resistía a marchar. No fuimos las únicas en creerlo, alguien más estaba sentado unas mesas más allá, en un discreto rincón, sólo vi que llevaba gorra, pero su mesa estaba a la sombra.

Un camarero se nos acercó, no era el mismo que nos acomodó, nos trajo la carta y un pequeño aperitivo cortesía de la casa, ¿esto también iba a estar incluido en el precio de la copa? En la carta leí que se trataba de un club y no entendí nada, a nosotras nadie nos había preguntado y mi compañero tampoco me avisó, dudamos en levantarnos o no y marcharnos. Sin embargo, soy conocedora de las dotes de actriz de Mónica, seguro que en caso de apuro, alguna se ingeniaría, y también sentía curiosidad por el misterioso hombre de la gorra, no le veía mucho más, ya que un enorme diario tapaba su cara, pensé que no volvería a ver una escena así más allá de una pantalla de cine, estamos todos tan absortos con el móvil, que esa imagen me resultó hasta entrañable. Sopesamos, en silencio, que quizá  pedir un par de cervezas artesanales sería la opción más barata y que nos dejaría en mejor lugar. Si un gin tonic en el barrio cuesta siete euros, aquí os podéis imaginar.

“Mr. Gere, your beer”… Ahora era yo la que se escondía tras la carta, pero no resultó tan eficiente como el diario. Psshtt, ppsshhhttt… Mónica a veces está un poco sorda. Cuando conseguí que me prestara atención le dije si había escuchado lo mismo que yo. Me miró con cara de estar haciendo cálculos de si realmente la cerveza artesanal incluiría el aperitivo o no.

-          Anda ya…  ¿Cómo va a estar Richard Gere aquí?

-          Que sí Mónica, que es él, ¿no está casado con una gallega? O igual está de promoción.

-          ¿Nos acercamos?

-          ¿Para?

-          ¿No te acuerdas aquella vez en la que coincidimos con Mark Vanderloo?

-          Claro, como para olvidarlo, hasta fuimos al aseo a retocarnos el maquillaje.

-          ¡Qué tiempos! ¿Cuánto ha pasado ya?

-          Uf… era cuando estuvo casado con Esther Cañadas y creo que no duraron ni un año.

Volví a mirar por el rabillo del ojo y descubrí que el señor de la gorra que resultó ser Richard Gere hablaba con el camarero y nos señalaba. Acto seguido se nos acercó y nos indicó que Mr. Gere nos invitaba a lo que tomáramos y a sentarnos con él. Le dimos las gracias y le indicamos que enseguida iríamos, que antes debíamos pasar por el aseo para retocarnos el maquillaje. Así que Mónica y yo nos levantamos de nuestro asiento, coger los bolsos no extrañó a nadie. Como aquello estaba lleno de camareros, el que nos vio salir por la puerta no tenía ni idea de la invitación, de que no llevábamos más de veinte euros en el bolsillo y de que, por supuesto, no éramos socias del club. Sólo recé porque mi condición de rubia con descapotable que me había facilitado la entrada al club, me facilitara también salir sin dar más explicaciones, Mónica a mi lado empezaba a no poder aguantar la risa.

-          ¿Nos tomamos unos gins en el barrio?

-          Por supuesto. Con los veinte euros nos da para unos berberechos también.

No sé si de haber llevado el vestido de topos de la Roberts me hubiera sentado con el Gere, cuando lo explicamos con el resto no se lo creen, pero yo zanjo la discusión sentenciando que a mí quien de verdad siempre me ha gustado es Paul Newman.

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