Cuando empieza el verano, o mejor dicho, cuando acaba el colegio, siempre pienso lo mismo, la de tardes de calor que nos esperan por delante de y a dónde vamos, qué hacemos ahora, tengo calor, tengo hambre… y de repente, septiembre. En enero hay propósitos de año nuevo, pero en julio hay de inicio de verano y en septiembre, el replanteo. No sé por qué motivo pero este verano me he dedicado a pintarme las uñas, así, sin más, ha sido mi propósito. El detonante fue algo tan sencillo como una conversación con una amiga en la que le confesé que no suelo pintarme las uñas, en Navidad, alguna fecha señalada, pero poco más, y las de los pies jamás en mi vida. Me pareció una tontería pero a la vez, ¿un reto? Algo absurdo, o algo simple, lo reconozco, pero se trataba de julio, verano, calor… mi neurona necesitaba no pensar en nada. Empecé por un color crudo casi carne que mimetizaba mis uñas con mis dedos, la respuesta de mi amiga fue un muy bien, pero ahora necesitas pasar a un grado...
Todo empezó en un semáforo. No soy rubia, no tengo un descapotable pero hago las croquetas como las de mi madre. Me gusta escribir. Reírnos de nosotros mismos nos mantiene locos en un mundo de cuerdos.