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Único acertante

Estar en el libro recopilatorio del Micro Concurso de la Microbiblioteca es una gozada, estar dos veces en esta edición como finalista, es gozada elevada a infinito. Aquí os dejo el último, que fue en el mes de marzo de 2019, "Único acertante". Al final a Avelino y Faustino se les coge cariño.

Espero que disfrutéis con el microrrelato y que os permitáis el lujo de dar un paseo por el resto de finalistas, son una auténtica delicia.


Fotografía publicada en el blog de la Microbiblioteca.


Único acertante

Avelino remueve su carajillo, nunca le echa azúcar, pero le gusta el tintineo de la cuchara al chocar con el cristal. En el otro extremo de la barra Faustino toma el suyo, también sin azúcar, el médico se lo tiene prohibido. De fondo, las noticias de la mañana. Ambos cargan sus armas al hombro, desde bien pequeños que les gusta cazar, al igual que les gustaba la misma zagala. Qué ojos tenía la Remedios. El dueño del bar sube el volumen. ¿No os habéis enterado? Ha tocado el bote de la lotería aquí – dice a los únicos feligreses que tiene en ese momento. Ambos abren los ojos como platos y se palpan el bolsillo de la camisa, notan el relieve de la funda con el boleto. Disimulan. El uno recela del otro. Apuran con prisa su carajillo y se marchan. Por caminos distintos pero hacia el mismo monte, aquel donde cazaron liebres también sus padres y sus abuelos. A esas horas está todo desierto, únicamente se escuchan los dos disparos certeros, casi al unísono, y el eco. Cuando encuentran a Avelino y Faustino la noche ya ha caído. Sus ropas y enseres acaban en sendas bolsas de basuras en el depósito de cadáveres. En las manos del policía local el boleto del…

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       Cuando aquel agosto decidí limpiar el armario encontré a nuestra hija. Hacía tiempo que no sabíamos nada de ella, un día discutimos y se marchó de casa, o eso creímos. Recuperar la confianza nos iba a llevar un tiempo, por eso la dejamos ahí adentro. Cada mañana poníamos una bandeja en el suelo con comida y bebida. Y si necesitaba algo nos escribía una nota. Ha pasado un tiempo desde aquello y aún sigue ahí. Estas Navidades cenamos todos juntos dentro del armario, aunque hay algo que me preocupa y es que espero no manchar nada con las gambas.  (la imagen es de Google) Microrrelato finalista en la VIII edición de Relatos con Banda Sonora, organizado por la Cadena SER y la Escuela de Escritores.

Reflejo natural

  La madre, al ver su rostro, enfureció. Rompió todos los espejos del hospital y no dejó que nadie se acercara al bebé, evitando así que fuera fotografiado. Vendió el piso de Madrid y se fueron a vivir a un pueblo abandonado de Soria. El niño creció ajeno a todo y ella no hubo verano en el que no se arrepintiera de su desliz. Creía que estaban a salvo hasta que una mañana vio a Narciso acercarse por el sendero. En el momento en el que padre e hijo se vieron, cayeron perdidamente enamorados el uno del otro.   (detalle del cuadro ‘Eco y Narciso, de John William Waterhouse) Relato finalista de la IX edición de Relatos con Banda Sonora de La Ventana (cadena SER) y Escuela de Escritores. Banda sonora: Narciso , de Pipiolas  

Bollera

  Los viernes era el único día de la semana que tenía la tarde libre. Después de merendar y de hacer los deberes, me acercaba a ayudar a Yolanda en su panadería. Estaba justo enfrente de mi casa. Desde mi balcón podía verla. Me encantaba dar el cambio y llenar bolsas con medio quilo de harina, que cogía de un gran saco que tenía guardado en un pequeño cuarto. Yolanda no era muy joven. Tenía la edad de nuestras madres pero sin hijos. Ella siempre agradecía mis visitas y mi ayuda. Jamás me hizo sentir que entorpeciera sus quehaceres. Me encantaba el olor a pan recién hecho. Aún ahora ese olor me transporta a la infancia, al sosiego del fuego lento. Una tarde de viernes mi madre me dijo que no iba a ir más a ayudar a Yolanda. Me enfadé. No lo entendía. Le pregunté si es que ella le había dicho algo malo, ya que yo la consideraba mi amiga. En ese momento mi madre simplemente me dijo que me olvidara para siempre de Yolanda, que la gente hablaba. Cada vez que iba a comprar el pan me